Capítulo 22: Todavía hay Balames

>> sábado, 11 de abril de 2009

Todavía hay Balames

“¡Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida!,” exclamó K’uk cuando salieron de la casa.

“¿Quién lo hubiera pensado, de ti, creíamos que eras de palo?,” contestó Ak entre risas.

“¿Crees qué algún día me pueda hacer caso?”

“No te quiero hacer muchas esperanzas, pero se sabe de algunas mujeres que han terminado por casarse con alguno de los nuestros. Ha sucedido entre los lacandones. Pero todas han sido extranjeras. Gringas, creo.”

“Bueno, para empezar tenemos que esforzarnos por cumplir con nuestra encomienda. No te parece fabuloso que hasta un chofer nos dio, cuñado.”

“No uses esa palabra todavía que se me sala.”

Los jóvenes mayas se dirigieron a la vivienda de Ramiro Balam quien les había dado hospedaje mientras trabajaran en Palenque para empacar sus pocas pertenencias. Estaban dispuestos a ponerse en camino ese mismo día. Todavía era temprano y seguramente podrían llegar por lo menos a su pueblo para hablar con doña Eulalia, la curandera, y ésta seguramente les ayudaría a localizar a otros curanderos y gente sabias.

Mientras salían, Sofía se quedó viendo la puerta que se había cerrado detrás de los mayas. Luego se dirigió a los gemelos:

“Me pareció que K’uk tiene algo especial”

“¿A parte de que te miraba como si fueras una visión?,” preguntó Azalea.

“Últimamente me parece que muchos lo han estado haciendo,” le contestó Sofía con una risa, “pero no me refiero a eso.”

“¿Crees que sea algo relacionado con lo del otro día?,” dijo Atabulo, sin querer que la abuela y Gloria se dieran cuenta de que estaba hablando.

“No creo que sea tan fácil resolver el acertijo,” replicó Sofía pensativa.

Los jóvenes guardaron silencio mientras las mujeres mayores se levantaban. Gloria tomó la charola central diciendo para sí:

“Si vuelven a invitar a ese par voy a tener que comprar más miel.”

“¿Qué dijiste, Gloria?,” preguntó Sofía alarmada.

“Sólo que voy a tener que comprar más miel.”

“¿Quién de ellos dos comió más miel?”

“Me parece que fue K’uk,” contestó Azalea, quien había sido la que estaba sentada más cerca del joven maya.

“Gloria, a partir de hoy vas a tener que tener miel en la mesa en todas las comidas,” ordenó Sofía.

“¿Uno de tus misterios?,”

“El mejor de todos y la razón por la que estoy aquí,” contestó Sofía llevándose a los gemelos hacia el patio.

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K’uk y Ak no necesitaron mucho tiempo para localizar al chofer y subirse al jeep del INAH para dirigirse a su pueblo. El chofer era un hombre enjuto acostumbrado a recibir órdenes y guardó para si su extrañeza sobre las recibidas. Si iba a tener que conducir para esos dos jóvenes mayas era lo mismo para el que conducir para cualquier otro. Solo cuando comenzaron a adentrarse en los pésimos caminos de terracería que llevaban de la carretera principal al pueblo de los jóvenes abrió la boca para preguntar por la distancia solo para verificar si la gasolina que traía en el tanque era suficiente para cubrir el trayecto.

Como de costumbre, la fila de personas que buscaban ser atendidas por doña Eulalia, la curandera del pueblo era bastante larga. Por suerte para los jóvenes, en el primer sitio de la cola estaba una compañera de la escuela de ambos por lo que rápidamente la convencieron de que les cediera su lugar al platicarle la importancia de su encomienda y no tuvieron que esperar más de unos minutos para pasar a la choza donde la curandera atendía a su gente.

“¿Los hacía en Palenque, con Ramiro?,” los saludó la vieja quien, a parte de encargarse de la salud de los habitantes del pueblo, era una especie de central de información. No había prácticamente nada ni nadie a quien la mujer no conociera, hubiera atendido en algún malestar o hubiera ayudado a nacer en su calidad de partera del pueblo. Doña Eulalia era una de esas mujeres de las que difícilmente se podía decir la edad. Sus facciones eran las de una anciana, pero la agilidad de su cuerpo, la fuerza de su voz y sus manos decían algo completamente diferente. Era la persona más respetada y conocida del pueblo, y ni siquiera las autoridades del municipio o del estado podían hacer cosa alguna si no contaba con su visto bueno.

“Nuestra visita es por lo mismo, doña Eulalia,” le dijo Ak a quien correspondía hablar primero por ser un poco mayor que K’uk.

“No ha enviado la directora de la excavación porque no saben cómo interpretar un tablero que acaban de descubrir en Palenque. Nos ha pedido que fuéramos con los sabios mayas para que le ayudemos.”

“La directora de la excavación, dices.”

“Si, doña Eulalia, se llama Sofía, es hija de la vieja directora, doña Inés, fue ella en realidad que hizo el descubrimiento pero se murió hace unas semanas y ahora su hija es la que dirige la excavación,” dijo K’uk con la emoción marcada en la voz y los ojos.

“Ha, ¿y por qué no ha venido ella personalmente a preguntar?”

“No sé, pienso que por respeto a los mayas le pidió a dos mayas, que somos nosotros que lo hiciéramos por ella.”

“¿Te has enamorado de ella?”

K’uk, a quien iban dirigidas esas palabras se puso rojo y bajó la vista. La curandera tomó un huevo del anaquel y se lo pasó por el cuerpo. Luego lo rompió en un vaso con agua y estudió las extrañas formas que generaba la albumina en el agua.

“Sufrirás mucho por ese amor, muchacho, pero no permitas que nada ajeno a ti intervenga. Ahora no lo comprendes todavía pero esa mujer y tu estarán relacionados por mucho tiempo. Tú tendrás que alimentar a una diosa en ella. Ese es tu papel. No es el papel de marido. Es el de un sacerdote. Pero ese amor que sientes te ayudará para hacer tu trabajo.”

“¿Es una diosa?,” preguntó Ak asombrado.

“No, tonto, claro que no es una diosa. Pero tiene a las diosas dentro de ella. Y como tiene a las diosas dentro de ella será mejor que se empeñen en ayudarla. Yo no sé de las viejas profecías. Tu abuela, que me enseñó todo lo que sé, todavía las conocía, pero yo no quise aprenderlas. Además, las profecías entre nosotros siguen siendo cosas de varones, son cosas de los Balames.”

“Si no es con usted, doña Eulalia, ¿con quién tenemos que ir?”

“Bueno, todavía hay varios Balames vivos que siguen conociendo las viejas formas. Pero a los Balames uno no los busca, ellos lo buscan a uno.”

“Y eso como podemos hacerlo si hay prisa,” se desesperó K’uk.

“Nunca hay prisa para nada, jovencito, eso lo debes de saber desde siempre. Las cosas son cuando son. Pero entiendo tu sentimiento y puede ser que las cosas que deben ser se den más pronto de lo que muchos quisiéramos o que los tiempos ya sean los que deben de ser. Les aconsejo que vayan a San Cristóbal. En unos días estarán allá muchos de los nuestros. Hay una reunión con el señor obispo para ver cómo se pueden hacer algunas cosas en el futuro. Quieren ampliar lo de los zapatistas en otros lados. Les recomiendo que vayan de regreso a Palenque e inviten a esa mujer tuya para que también vaya con ustedes. Si uno o dos de los Balames la ven, quizá le ayuden. A ustedes dos solos, no estoy segura que puedan lograr algo. Y ahora fuera de aquí que tengo que seguir atendiendo a mi gente.”

sigue con el siguiente capítulo: El médico

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